jueves, 25 de enero de 2007

ClAuDiA III

La inocencia un día madura para dejar atrás un mundo de esperanzas. Es muy difícil descubrir ese momento exacto en el que dejaste de creer que siempre la verdad se imponía.
Con nueve y diez años, teníamos que ir a clase a unas aulas que están cerca de la iglesia. Ahora esas aulas las utilizan para llevar a cabo cosas oficiales del ayuntamiento.
Por las tardes siempre llegábamos una media hora antes, y jugábamos en una placita que había justo enfrente.
Ese día me retrasé porque había tenido que ir al traumatólogo, y mis padres me acercaron en coche a clase para que no llegase tarde.
Al bajar del coche, vi que mis compañeros estaban corriendo y se escondían. Yo me quedé parada en el centro de la plaza, sin entender qué ocurría.
Cuando de retente Don Clariana pasaba con su carro justo detrás de mi, y empezó a gritar me, lo cierto es que cuando hablaba nunca se le entendía nada a ese pobre hombre . Creí que el corazón saldría corriendo a esconderse con mis compañeros, pero al fin se marchó.
Aunque por la huida de mis compañeros, algo ya podía imaginar, fue Claudia quien me lo contó, algunos niños de la clase habían estado haciendo rimas estúpidas con el nombre de Don Clariana.
Empezó la clase, y apenas mi corazón había comenzado a latir con normalidad, tuvo que emprender una nueva aceleración al ver que Don Clariana entraba por la puerta para decirle a la maestra que yo había estado insultándole, me acusaba con ese enorme dedo de hombre de campo, y yo cada vez más culpable de algo que no había hecho. Claudia me secó las lágrimas y todo volvió a estar bien.
Lo mejor de ser una des las niñas más aplicadas de la clase es que la maestra siempre te cree, y sabía perfectamente que ese acto era más propio de algunos pillastres de la clase, los que al mediodía hacían combates en un ring imaginario de camino a casa.
Pasé toda la noche pensando en ello, ese hombre siempre creyó que fui yo quien le insultó. Cuando nada es lo que parece, la única esperanza es que quién te juzgue te conozca sino estás perdido.

lunes, 22 de enero de 2007

CLaUdIa II

No sabría ordenar los recuerdos que tengo de mi infancia, aparecen en mi mente y se desvanecen sin saber si era un verdadero recuerdo o lo que imagino al ver las fotos de mi niñez.
Lo que sí recuerdo eran aquellos años preparándonos para la comunión, todos los domingos Claudia y yo íbamos a la iglesia. Creo que nunca escuché lo que el párroco estaba explicando, pasaba el rato pensando si mi profesora de catequesis ya me habría visto y en las golosinas que nos compraríamos al finalizar la charla.
Siempre creí que era una tontería ir a la iglesia, que Dios sabía que Claudia y yo eramos niñas buenas, ¿para que teníamos que pasar allí los domingos?
Pero cuando ya podíamos levantarnos y marchar era genial, porque bajábamos corriendo desde la iglesia, que estaba encima de una pequeña montañita, hasta llegar a la tienda de chucherías.
Siempre íbamos a la misma, porque era la que estaba más cerca, aunque mi padre siempre refumfuñaba, porque era una tienda muy sucia y no quería que comprásemos allí.
Por fin con nueve años hicimos la comunión, y dejamos de ir los domingos a la iglesia.
Estaba muy nerviosa porque nunca antes había bebido vino, cual fue mi sorpresa al levantar la copa y no hubiese ni una gota, la gente no pudo contener la risa al ver que por segunda vez alcé la copa. Claudia me tiró del vestido y comprendí que el segundo niño de la fila ese día iría contentillo al convite que sus padres habían preparado.