domingo, 4 de febrero de 2007

ClaUdiA IV

Las etapas de la vida siguen una línea continua y es difícil separarlas en el tiempo. Sin lugar a dudas mi infancia tuvo un final el 23 de diciembre de 1990, dos días antes de navidad, cuando sólo tenía 9 años.
Los viernes eran los mejores días de la semana, porque empezaba un descanso de dos días, lo cierto es que no era exactamente un descanso, porque madrugábamos más para ir a jugar. Ese viernes no era cualquier viernes, era el inicio de las vacaciones de navidad. Esas fiestas siempre me habían fascinado, juntar a toda la familia, tíos y primos que no veíamos en todo el año debido a la distancia, en esas fiestas siempre nos reuníamos.
El día 23 de diciembre, salí con Claudia del colegio, la maestra nos había dicho a toda la clase que pasáramos por la parroquia, el padre Aurelio quería hablarnos de la navidad.
Al final de la clase sólo fuimos 5 niñas a hablar con el párroco. Entramos en la iglesia, y comenzamos a llamar al padre Aurelio, al no contestar entramos en las dependencias privadas, "padre Aurelio, padre Aurelio", nadie contestaba, íbamos a marcharnos cuando vimos una puerta medio abierta detrás del altar mayor.
Las 5, sin vacilar un momento abrimos la puerta y empezamos a bajar por unas escaleras, estaba muy oscuro, unas velas nos alumbraban el siguiente peldaño, no teníamos ni idea hacia donde nos dirigíamos "padre Aurelio, padre Aurelio". Cuando las escaleras habían llegado a su destino, las velas no mostraban más allá, cada una de las 5 cogimos una vela y continuamos el camino, ahora cada vez más asustadas, el camino acababa en una puerta de roble, giramos el pomo y una luz cegadora nos transportó a otro tiempo.
Estaba en mi habitación, salí en busca de mi madre, y al verla en el comedor colocando los adornos de navidad, me pareció que había envejecido muchísimo. "Mamá, ¿donde está Claudia?, estaba con ella en la iglesia...", creo que fue la primera vez que vi a mi madre llorar, vino hacia mi y me abrazó "mi niña, que rápido tuviste que crecer", me vi reflejada en el cristal del armario, ya no tenía 9 años, y ya jamás volvería a encontrarme con Claudia.

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